martes, 5 de enero de 2010

ENTRE LA AGONÍA Y LA SOLEDAD

“No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona al mundo. Todos los hombres son mortales: pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta, es una violencia indebida”.
De Beauvoir, Simone. “Una muerte muy dulce”

Y si sólo te permito hacer parte de mi vida…si no me niego más tu compañía, si dejo que me abrume tu presencia y que de mí tú seas dueña….

¿Por qué al pensarte pierdo el sosiego, y al descubrirte desespero?
¿Qué pretendes con tu cercanía, si yo lo que quiero es vida?
Acaso, ¿Debo rendirte pleitesía…o seguir viviendo de ti escondida…?

El solo recordar como me has arrebatado a quienes quiero me hace odiarte y jamás desearte…pero más sufro cuando sé que de mí tú haces parte, y que también de mí has de apoderarte…

Tantas noches he llorado, pensando en quienes te has llevado y que sólo en mis recuerdos quedan, porque te ufanas de tu poder y de tu astucia, esperando que rendidos a ti lleguemos, sin tener de alguien un consuelo…

Otras tantas, a la puerta de mi casa has tocado, pero luego de mirar por la ventana y reconocerte más oscura que el cielo, prefiero decirte vete de mi lado, aun no quiero…

¡Qué cruel eres!, ¡OH, maldita muerte!

Cuantos deseos tengo de matarte y no angustiarme más por esperarte…
Porque si bien sé que de mi vida haces parte, no quiero que a mí logres acercarte…
(Milena Restrepo)



“ENTRE LA AGONÍA Y LA SOLEDAD: El Congelamiento de la Existencia”

Cómo sería posible hablar de la agonía y de la soledad sin tener un previo acercamiento a lo que estas maravillosas palabras encierran dentro de sí…Espero que más que una posición trágica del asunto sea visto como mi modo subjetivo de entender lo que implica el aceptar estas dos cómplices de la que se considera la compañera inseparable del ser humano y de la vida misma: LA MUERTE.

Me permito entonces aclarar un poco la etimología de estas palabras.

CONCEPTOS:
Agonía: La palabra agonía viene del griego ἀγών (agón - Lucha). Se refiere a la angustia que sufre una persona cuando esta al borde de la muerte. Es decir, cuando esta luchando por su vida. http://etimologias.dechile.net/?agoni.a

Soledad: La etimología de la palabra soledad refiere que proviene de latín “solitas”. Se trata de un sustantivo femenino que significa “carencia voluntaria o involuntaria de compañía; lugar desierto tierra no habitada; pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguna persona o cosa”
http://cerquesii.ning.com/forum/topics/para-ti-que-es-la-soledad

Continúo expresando la profundidad a la que me somete el pensar estos dos conceptos, y más aun el acercarlos a lo que tanto me he negado….

CUANDO COMIENZA LA AGONÍA…
Al pensar en la agonía me atrevo a decir entonces, que el hombre ha estado en esa continua lucha desde el momento mismo de su nacimiento, cuando indefenso gime y llora para que sean satisfechas sus necesidades, y grita más fuerte para ser escuchado; pero cuan inmensa puede ser su angustia al no poder darse a entender con su llanto, que es la única forma posible de manifestación de su necesidad, y recibir a cambio todo lo contrario a lo que desea.
Así va transcurriendo la vida y tiene que renunciar constantemente a deseos insatisfechos, a interrogantes sin posibles soluciones….No es entonces la agonía que nos plantea la medicina como lo experimentado en los instantes finales de la vida.

Y ¿Qué decir pues de aquellos, quienes además del trauma de su existir, tienen que enfrentar uno más como lo es el de una enfermedad terminal?
Cuando al momento mismo del diagnóstico de su enfermedad, tienen que degustar el sabor amargo de la inquietud, la duda, la culpa, etc…simplemente, porque su psiquismo los lleva a enfrentarse con aquello que han visto pasar por otros, pero que ellos jamás en su conciencia consideraron posible de vivenciar, aun reconociendo que es la única verdad y es el fenómeno de la muerte como tal. Es en ese preciso momento donde se desencadenan una serie de experiencias, pensamientos y sentimientos que le impiden hablar de eso que los agobia, ese sufrir que los atormenta, esa necesidad que en un bebé no es entendida por desconocimiento de su llanto, y que en él no se comprende por dificultad hasta para expresarlo. Como lo dice Tolstoi en La muerte de Iván Ilich, cuando el médico no hacía más que dar sus opiniones al respecto de la enfermedad: “De las palabras del doctor infirió Iván Ilich que estaba mal, que al doctor, en resumidas cuentas, ello le tenía sin cuidado, pero que él estaba mal. Esta conclusión sobrecogió dolorosamente a Iván Ilich, despertando en él un sentimiento de profunda conmiseración hacia sí mismo…” (p.45) “…En cuanto a aquel dolor sordo, molesto, que no cesaba ni un segundo, después de las ambiguas palabras del doctor adquirió un significado distinto, más serio. Iván Ilich estaba pendiente de él con un nuevo sentimiento de angustia” (p.46)

“Y si para el otro no es nada fácil soportar su silencio, para el moribundo es menos fácil sentirse prisionero de sus propias emociones y fantasmas, esas expresiones de su alma que vuelta sobre sí misma y, aún desde la vida, padece aterrorizada ante lo inevitable e innombrable.”[1]

EL POR QUÉ DE SU SILENCIO…
Pero ¿Cómo hacerlo, cómo expresar ese sufrimiento siendo prisionero de sus dolores y sus angustias?, esos que el otro no lograría entender por una razón muy sencilla y es que mientras el enfermo sufre por su desgaste, su enfermedad, su vida resquebrajada, el otro goza de buena salud. Nuevamente, citando a Tolstoi en La muerte de Iván Ilich: “Sobre todo le irritaba Schwarz, con su jovialidad, su vitalidad y su urbanidad, cosas que a Iván Ilich le recordaban cómo era él mismo hacía diez años.” (p.51)

Y DE SU ANGUSTIA…
Y es que dicha agonía no se da sólo por ese saber inconciente, sino aquel malestar psíquico por el reconocerse como mortal con todo lo que esto implica: dejar de existir, como atentado al narcisismo y a la omnipotencia que siempre lo han caracterizado; abandonar a quienes ama y la duda de si lo recordarán y cuáles serán esas cosas que tendrán presentes de él; renunciar a los placeres del mundo físico, de los cuales él ya no podrá gozar; es decir dar la cara a esa única verdad que puede acompañar al ser humano: la inminencia de la muerte, que además, no se sabe en qué lugar está o si realmente existe un lugar al cual llegar cuando ésta se da; ya lo decía Iván Ilich: “El problema no está en el intestino ciego ni en el riñón, sino en la vida y…la muerte. Sí, tenía vida, y ahora se va, se va y no puedo retenerla…¿Qué habrá, cuando falte yo? No habrá nada. Entonces, ¿Dónde estaré, cuando ya no sea? ¿Será la muerte? No, no quiero.” (p. 56).
Iván Ilich, se ha convertido en una de las más claras representaciones de lo que un paciente al final de la vida siente, sufre y experimenta; es tan inminente pero tan negada la presencia de la muerte, que “En lo más hondo de su alma se daba perfecta cuenta de que se moría, pero él no estaba acostumbrado a ello; además, no lo comprendía, no podía comprenderlo” (La muerte de Iván Ilich, p. 58), el enfermo sufre silencioso; un silencio con el que quizás pretende acallar su agonía y su certeza; tratando de alejar de sí cualquier pensamiento que lo remita a esta, lo cual es imposible, porque se presenta no sólo como pensamiento, sino como la realidad, que se detiene, se para enfrente y atrayéndolo hacia sí, lo obliga a mirarla a la cara, sin poder desprendérsele; pues para el enfermo, el hecho de ser conciente de su dolor, hace que la muerte sea la única verdad que penetra todo, y que no se oculta con nada.

DE LA SOLEDAD…
Pero lo peor es que esa es la única compañera, trágica y amarga pero compañera del enfermo al final de la vida, quien preferiría estar solo, ya que ni siquiera los seres que le rodean pueden alivianar su angustia y su dolor, y menos aun morirán con él; como lo decía Leticia Bravo, en Frases para Siempre: “…pues aun teniendo 40 o 50 personas al lado nadie se va a morir conmigo”. Y esto contando, con tener a alguien afectuoso al lado; pues hay quienes aun estando rodeados de gran cantidad de personas durante su vida, al momento de su muerte consideran que perdieron el significado para estas, un motivo más para sentirse agobiados y verdaderamente solos.

Es así entonces, como la Soledad se convierte en un vacío, un espacio en el que sólo está el “Yo”, generando un gran temor a enfrentarse precisamente con éste, ya que a lo largo de la vida, desde el momento de la concepción ha sido un “Yo” marcado por las huellas familiares y sociales, es decir, un “Yo” nombrado desde los otros, pero no un “Yo” como sí mismo. Y ¿A qué le puede temer más el hombre, sino a aquello que no conoce; a eso de lo que se ha hablado tanto durante su existencia, pero que jamás se detuvo a pensarlo como suyo? En este caso, la muerte de su Yo, aspecto que hace parte de su propia vida, pero que aun así desconoce…El Yo como imagen de los otros, como un simple observador de una realidad en la cual no cabía posibilidad de finitud; y la muerte…irrepresentable…

Podría decir entonces que cuando el moribundo se enfrenta a esta terrible realidad, de la agonía y la soledad ante su muerte, lo que lo agobia ferozmente es no saber qué o quién fue durante su vida, que papel cumplió en la sociedad, cuando no se ha hecho de la existencia algo particular; volviendo a los pensamientos de Iván Ilich: “¿Cómo es posible que la vida fuera tan carente de sentido, tan repugnante?...¿Acaso viví como no debía vivir? (p.80)...Le bastaba recordar quien era hacía tres meses y en quién se había convertido; (p.82)…Pero si por lo menos pudiera comprender el por qué de todo esto. También ello resulta imposible. Podría explicarse si afirmara que no he vivido como hacía falta vivir. Mas no hay manera de reconocer que ha sido así –se decía recordando la legalidad, la normalidad y el decoro de su vida…” (p.83-84); pensamientos que lo hicieron sonreír, pero que como sucede a muchos enfermos al final de la vida, se vuelven contra sí mismos, ubicándolos en otra posición, donde el sufrimiento y la insatisfacción moral les permiten observar lo que ha sido su vida desde otra perspectiva, resultando evidente que lo que han constituido no es lo que debía ser, sino una gran mentira de la cual ya no pueden escapar.
Es precisamente, cuando llega el momento de descubrir que la vida no era lo esperado y que no puede retroceder, cuando el enfermo comienza a desear su fin, para querer librarse de tanto sufrimiento; ya sea con resignación o con real aceptación.

Revisemos pues a partir de lo expuesto hasta ahora, como al momento del diagnóstico de la enfermedad, cuando se reafirma la agonía por estar viviendo y ¡Viviendo de qué manera!...hay también un congelamiento, un querer volver atrás y no poder; en cambio no querer dar el paso final, pero tener que hacerlo. Y resignarse a que jamás, en lo que queda de su existencia, logrará apartarse de su nueva condición, ya sea por pretender continuar con su vida negando su verdad, o porque a partir de ésta, desea luchar contra su estado actual. “Desde el propio comienzo de la enfermedad, desde que Iván Ilich visitó por primera vez al doctor, su vida se hallaba dividida por dos estados de ánimo contrapuestos y que se sucedían entre sí; ya se apoderaba de él desesperación creyendo en la inminencia de una muerte incomprensible y espantosa, ya le iluminaba la esperanza y observaba con mayor interés el funcionamiento de su cuerpo” (La muerte de Iván Ilich, p.82)

Entonces ¿Cómo no enfadarse consigo mismo por haber permitido que su vida hiciera parte del común; con la vida por tener una compañera tan cruel y funesta; con los otros, que en muchas ocasiones, a pesar de ser muchos y de estar siempre ahí, no han logrado hacerle sentir su compañía?
Por supuesto entonces, que tiene el hombre que esforzarse por evitar o escapar de la experiencia existencial de ese encuentro con su individualidad, que no es más que el producto de la soledad. Soledad como viaje a la búsqueda de algo que ya tenía en sí mismo, antes de nacer y al momento de morir; ese momento tormentoso de reconocimiento y de aceptación de la paradoja de existir: vivir para morir o vivir muriendo.
Y un congelamiento que atrapa el tiempo, los afectos, los recuerdos y los sueños; los logros y los objetivos; una introspección forzada, dura y exigente de lo que ha sido su vida, en la que sólo pueden continuar aquellos que le rodean y que han hecho parte de ésta, no como consecuencia, sino como esencia. Es el congelamiento de la existencia del ser que muere, que no simula, pero tampoco expresa; simplemente, porque es un espacio en el cual el único que cabe es él mismo.

No me queda más que citar a Carlos Mario González, cuando en su escrito “Muerte con dignidad, eutanasia y suicidio”, plantea:

“Porque existir es hacer una vida dotada de sentido. El hombre es el ser que busca hacer sentido con su vivir. Por eso cuando se quiebra el orden del sentido, cuando el hombre pierde la posibilidad de sentido, su vida humana ha llegado también a su fin.”
[1]RUIZ, Mario. “Un Yo ensombrecido”.

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